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Paula, Fredesa, Mina y Gabriela se despiden en breve de Bocattini. ESTRELLA DOMEQUE
Bocattini: Los bocadillos que pasaron de abuelos a nietos
DESPEDIDA

Bocattini: Los bocadillos que pasaron de abuelos a nietos

Tras más de 30 años como icono en Villanueva, en breve cerrará sus puertas este negocio que ha marcado a varias generaciones

Viernes, 6 de diciembre 2024, 11:53

Dice el artista villanovense Fernando Sembrador que «No eres de Villanueva, si no has pasado un domingo de sofá, manta, peli y... Bocattini». Una frase que puede corroborar prácticamente cualquier serón sobre este establecimiento convertido en icono para varias generaciones y que muy pronto cerrará sus puertas por jubilación. Será, por así decirlo, el final de una era para aquellos que han crecido con algo aparentemente tan sencillo como unos bocadillos en los que se saborea la calidad en sus ingredientes, pero sobre todo el mimo en su elaboración. Una seña de identidad que nunca han perdido en estos más de 30 años con unos bocatas que han pasado de abuelos a hijos y nietos, que bien pueden añadir a esa frase otras como 'Si no has ido a Bocattini un domingo de resaca' o 'Si no te has sentado con tus amigos en el parque comiendo un Bocattini'.

Y es que, desde 1994, estos bocadillos se han colado en las escenas más cotidianas del fin de semana. Primero, con su local en el parque de la Constitución en cuya fachada aún se puede leer el cartel de la bocatería; después, a menos de 100 metros, en el establecimiento al que se trasladaron hace casi 20 años. Tres décadas que comenzaron con el regreso de Paula Ginestal a su Villanueva natal.

«Regresé de Valencia, donde trabajaba también en hostelería, y conocí a Ana», cuenta sobre los inicios de un negocio al que, tras la marcha de Ana, se sumaría su hermana Isabel y, después, otra pareja de hermanas, Mina y Gabriela, con la que ya había coincidido en Valencia. Tras unos años, era Isabel la que se despedía, pero llegaban Antonio y Fredesa. «Los primeros años fueron de muchísimo trabajo y jaleo, pero también muchas risas, nos lo pasábamos muy bien», dice Gabriela Expósito. «Es que cuando abrimos no había nada en Villanueva», apostilla su compañera sobre un negocio que abrió sus puertas el 14 de junio de 1994. «Los recuerdos del primer día son de mucha gente, con muchos amigos… Un día muy feliz», rememora Paula. «Triunfamos», puntualiza Ana que, aunque ya desvinculada, sigue viendo Bocattini «como mi segunda casa».

Una casa que tuvo que cambiar en 2005. «Nos vinimos con mucha pena, pero aquello se vendía y ya estaba muy mal la electricidad, cada dos por tres nos quedábamos sin luz», explica Gabriela mientras que Paula recuerda que tardó mucho en pasar por el anterior local, «me daba muchísima pena».

Muchas historias

Atrás quedó aquella primera ubicación y también su primera carta en la que ofrecían solo siete opciones de bocadillo. Hoy, casi 40. Y pocas parecen teniendo en cuenta que detrás de casi todas hay una historia. «No todos, pero hay muchos basados en personas… Y en historias», reconocen sobre nombres como Chato, por el que fuera dueño del 'Carcajadas'; Nono, por el sobrino de Paula; o Rony, en homenaje a Roberto Nieto, que diseñó su primera reforma.

Julia, sobrina de Paula, lleva la firma de muchos con ejemplos como «Mulo, de tengo tanta hambre, que me comería un mulo; o Tutiplén, porque tiene un poco de todo». Otros han podido llevar a error porque el famoso Cuñao, uno de los que más se vende, no hace referencia a ningún cuñado. «Es por 'El risitas'», desvelan sobre una carta en la que Rabioso es un apodo en la familia de Paula o Frinkito, homenaje al perro de su amiga Carmen, que se llamaba Frinki. Y es que en Bocattini, los amigos de cuatro patas son más que bienvenidos y no les falta una loncha de jamón york como premio cuando vienen acompañando a sus dueños. Prueba de ello es también ese «¡Bote para Anima!» que llevan 30 años cantando y que ha quedado como símbolo de su colaboración activa con esta protectora de animales villanovense.

Y como símbolo en este caso del paso del tiempo queda otro de los nombres, el Kikomix. «Este lo inventó Kiko, un niño, que ya no es tan niño», bromea Gabriela sobre un bocata en el que destacan las patatas paja. Se vende mucho, pero no puede competir con el Cuñao y el Manolo, por Manolo Calderón, diseñador del primer local. «La lista fue creciendo al ritmo que iban creciendo las historias y la gente», expresa Paula sobre una carta en la que, además de pizzas y paninis, los chics siempre se agotan, ya sean dulces o salados.

Poco a poco, además, se convirtieron en confidentes: «Muchos niños han crecido con nosotras y algunos nos han contado cosas que no decían a sus padres, como casos de acoso escolar o niñas a las que les gustaban otras niñas; y también los mayores, aquí han encontrado siempre una cercanía».

Miles de historias y solo dos consejos como clave para un negocio que vende unos 500 bocadillos cada fin de semana. «La calidad, que aquí no ha cambiado ni en los momentos de crisis, y el trato a la gente, siempre intentamos mimar a los clientes», afirma Gabriela sobre un Bocattini que ha sobrevivido a la llegada de la comida rápida o un servicio a domicilio al que siempre se han negado: «Sin ver las caras y sin que la gente vea las nuestras, no sería lo mismo».

Su adiós será quizás el de toda una generación, pero no habrá despedida, porque ellas se resisten a desvelar el día que bajarán para siempre la persiana de su negocio. Tampoco la historia detrás del Mitío. Además (atención, spoiler): «Será un 'Hasta luego'».

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