Se dice, según un proverbio turco, que el café perfecto debe ser «negro como la noche, ardiente como el infierno, fuerte como el pecado y dulce como el amor». Una poética frase que no es difícil encontrar en algunas cafeterías, pero que, quizás, dista mucho de esa perfección. «Eso que se dice de que tiene que ser amargo, fuerte, caliente, más oscuro… Un buen café tiene que ser algo agradable de tomar; el café como sufrimiento no tiene ningún sentido», afirma Miguel Alcalá, un apasionado cafetero desde su juventud.
Aunque nacido en el País Vasco, Miguel Alcalá tiene ya su vida hecha en Villanueva de la Serena, donde ha logrado cumplir uno de sus sueños como gran aficionado al café: abrir 'Clandestino', su propio tostadero de cafés de especialidad. «Me aficioné con 15 o 16 años, cuando empecé a salir con los amigos, que comienzas a tomarlo en los bares», relata mientras va llenando las bolsas de café para algunos de sus últimos pedidos.
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