La liberación llegó cuatro años tarde para él. Cuando las tropas norteamericanas entraron en Mauthausen, el 5 de mayo de 1945, de Juan Sánchez Santos no quedaba ya ni su recuerdo entre los escombros de este horrible escenario. Tenía 23 años cuando el 17 de noviembre de 1941 su cuerpo no pudo aguantar más el hambre y los malos tratos. Le dejaron morir, como una más de las incontables y cruentas formas de tortura que, 80 años después, parecen aún resonar en este campo de concentración nazi.
Se apagó así, demasiado pronto, la vida de un joven que nació en Villanueva de la Serena un 12 de agosto de 1918, con los últimos coletazos de la Primera Guerra Mundial y en plena pandemia de gripe española. Y Adela, su madre, nunca pudo despedirse. Tampoco supo nunca cómo fue su corta vida tras el exilio ni, quizás por fortuna, cómo fueron sus últimos días. Ella murió a los 92 años dejando en el olvido ese corto relato que fue la historia personal de Juan Sánchez. Su nombre se borró en el exilio, pasando a ser un frío número, el 5.742 de Mauthausen-Gusen. Una cifra más en esa diabólica calculadora que fue la Alemania nazi.
Su historia es única y, al mismo tiempo, desgraciadamente parecida a la de miles de españoles.
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