Carolina Coronado, obra de Federico Madrazo.
Del prólogo de «Poesías»

La poetisa extremeña de raíces villanovenses: Carolina Coronado

TRIBUNA ·

antonio barrantes LOZANO

Domingo, 26 de septiembre 2021, 14:24

Puede que los extremeños seamos poco dados a los homenajes, abulia o dejadez, no sé; a lo mejor la recurrida pandemia, pero el bicentenario del nacimiento de Carolina Coronado, autora de lo más representativo de la literatura extremeña, escaso eco ha tenido en la región. Aquí en Villanueva, a finales del mayo pasado, la amena charla con dos estudiosas de su figura, Doña Carmen Fernández y Doña Isabel Mª Pérez, nos desgranaron durante dos horas parte de la vida y obra de Carolina, tanto elevó la curiosidad de los que allí estuvimos, que emplazamos a las ponentes para que nos completaran lo mucho que de la vida de Carolina quedó por decir.

Traigo aquí estos apuntes, no con el ánimo de estudiar su obra, estudios mucho más acreditados hay; ni siquiera rendir a Carolina un homenaje tardío, simplemente despertar el interés hacia una figura extremeña que se nos diluye en el tiempo.

Aunque nace nuestra autora en Almendralejo el 12 de diciembre de 1820, su ascendencia es totalmente serona. Su abuelo paterno, D. Fermín Coronado, natural de Campanario, tratante de lana, ganados y administrador de notables, vino a casarse con Doña Mª Antonia Gallardo, esta de Villanueva de la Serena, donde establecieron su residencia, ya que D. Fermín fue nombrado Contador de la Real Maestranza de la Orden de Alcántara. Tuvo casa en la calle Carrera, como atestiguó Doña Carmen Fernández Daza.

Don Nicolás Coronado Gallardo, el primogénito del matrimonio, mantuvo negocios y tratos con D. Pedro Romero de Tejada, riojano, natural de Nieva de Carneros, hombre acaudalado con las transacciones de la trashumancia, que la guerra de la Independencia

hizo que se asentara en el sur donde formó familia al casarse con Doña Josefa Laureana Falcón Peralta, hija de D. Juan Falcón de Cáceres, rico comerciante de Almendralejo, ciudad en la que abrieron casa.

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Las relaciones, de carácter comercial, entre D. Nicolás y D. Pedro fueron muy estrechas, lo que llevó a la familia Coronado a pedir la mano de la hija de este, Doña Mª Antonia Romero de Tejada; pronto se concertó el matrimonio, celebrándose la ceremonia en Villanueva de la Serena en 1814. La pareja se estableció en Almendralejo, donde nació Carolina, siendo la tercera de una familia de nueve hermanos. Más tarde, por asuntos laborales del padre, la familia se instaló en Badajoz que es donde Carolina vivió su juventud y, a la edad de 90 años, fue enterrada.

Claro queda que la ascendencia de la escritora es villanovense y poco o nada se ha hecho para reivindicarlo. Sabemos, y así se nos hizo saber por Doña Carmen, que visitó varias veces a su familia afincada en Villanueva de la Serena, siendo uno de sus tíos, don Francisco Coronado, alcalde en 1856, cuando por gracia de la Reina Isabel II se concedió a nuestro pueblo el título de Ciudad.

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Nació Carolina dentro de una familia acomodada durante los años convulsos posteriores a la Guerra de la Independencia y del cambiante reinado de Fernando VII, en un ambiente liberal. Su abuelo Fermín sufrió cárcel por su alineación a la Constitución de 1812, durante los años posteriores a la Guerra, y su padre, D. Nicolás, llegó a desempeñar el cargo de comandante de la Milicia en Almendralejo durante el trienio liberal, lo que le acarreó numerosos problemas después de la muerte de Riego. La familia unió su suerte a la causa de Isabel II, entonces «cristinos», en el afrontamiento con los «Carlistas».

A pesar del ambiente liberal que se respiraba en su casa, la educación a la que optó Carolina fue genuinamente decimonónica, la reservada a las mujeres, siendo vetada a las enseñanzas regladas, como lo hacían sus hermanos varones, su instrucción la recibía en su casa y su formación se orientaba hacia las labores obligadas a su sexo. La mujer se educaba para ser esposa, cuidar de las cosas de la casa; coser, planchar y bordar entraban dentro del orden para ser una futura esposa, todo con el recogimiento y recato debido.

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Dicen que durante las sesiones de bordados le afluían a su imaginación incipientes poemas, que retenía en su memoria, propios de su bisoñez. No debió dársele mal el brocado, pues con apenas 18 años bordó para el escuadrón de voluntarios para la libertad, que se formó en Badajoz para luchar en las guerras carlistas, el emblema del grupo, lo que le valieron las felicitaciones de la Diputación Provincial y del propio destacamento. La noticia, muy celebrada, la recogió el Boletín de Badajoz de 27 de marzo de 1838.

POETA JOVEN

Desde su más tierna edad fue atraída por su afán de escribir poesía, a pesar de su insuficiente formación académica y no toda la aceptación en su familia que no veía con buenos ojos que la mujer dedicara su tiempo a tales menesteres.

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No obstante, por la amistad que les unía a Donoso Cortés, este publicó en el periódico que dirigía «El Pilato», su poema «A la palma», en 1838, poema de quince estrofas de seis versos que llamó la atención de J. Espronceda, poeta este, elevado ya a la más alta cima de la poesía, dedicándole unos versos de admiración:

Dicen que tienes trece primaveras (Realmente Carolina tenía 18 años) y eres portento de hermosura ya, y que en tus grandes ojos reverberas / la lumbre de los astros inmortal.

...

Juro a tus plantas que insensato he sido /de placer en placer corriendo en pos, cuando en el mismo valle hemos nacido, /niña gentil, para adorarnos, dos…

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Consciente de su limitada formación académica buscó apoyos para orientar su obra. Fue el dramaturgo Hartzenbusch quién guio su perfeccionamiento y prologó la primera edición de «Poesías» que se publicó en 1843, esta tutoría que ella recibió, generosamente se prestó a hacer lo propio ayudando a otras escritoras, como fue el caso de la campanariense Vicenta García Miranda.

Como autora alcanzó altas cimas, respeto y reconocimiento, pero siempre encontró las limitaciones que en su época se ponían a su sexo.

De la misoginia decimonónica, quiera traer a colación un cartelito ilustrativo que con motivo del homenaje al Dña. Emilia de Pardo Bazán, se ha hecho – de junio a septiembre- en la BNE. No recuerdo con nitidez el autor, puede que Clarín, puede Valera, Pereda… cualquiera… el pensamiento era generalizado. En dicho cartelito se decía que ante la propuesta de nombrar a Doña Emilia académica, se oponía por ser mujer, y si se hacía una excepción, habría que abrir el paso a otra mujeres como sería el caso de Carolina Coronado. En la argumentación no se esgrimían valores ni aportaciones literarias, que implícitamente se reconocían, sino la condición de su sexo. (El veto a la mujer se prolongó en el tiempo. No fue hasta 1978, cuando Carmen Conde, por primera vez una mujer, ocupa un sillón -K- en la Academia).

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Pronto fue consciente de la precaria situación de la mujer y con determinación y fortaleza reivindicó su derecho a rebelarse, siendo en su tiempo una adelantada del hoy conocido movimiento feminista. Ella lo dejó patente en su poema «Libertad»:

«Libertad, ¿de qué nos vale/ Si son los tiranos nuestros,

No el yugo de los monarcas, /El yugo de nuestros sexo…»

O en el bello poema «Cantad Hermosas», un canto, una invitación a la mujer, que si su genio lo permite, no se lo guarde y lo exprese.

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Muy atractiva, de naturaleza enfermiza, sufrió varios episodios catalépticos y crisis nerviosas, pero no le impidieron su activismo ni compromiso con los demás.

Consciente del profundo analfabetismo de la sociedad en general y la pacense en particular, por el Liceo local se organizaron escuelas de párvulos y de adultos, su comunión con la causa la llevó a regentar personalmente las aulas y ayudar económicamente a su sostenimiento. Cedió los derechos de la primera impresión de su obra y representaron en la capital sus piezas teatrales: «Alfonso IV de León» y «El cuadro de la Esperanza», cediendo, altruistamente, la recaudación e incluso interpretó algún personaje.

Coincidiendo con las primeras sublevaciones cubanas se desarrolló en la sociedad un sentimiento antiesclavista que arrastró a Carolina a tomar partido, participando activamente en la «Sociedad abolicionista», junto a Concepción Arenal. Publicó el poema «A la abolición de la esclavitud en Cuba» lo que le acarreó muchas incomprensiones e incluso se le cerraron puertas, puertas que ella mantuvo abiertas, junto a su marido, en su palacete de la calle Lagasca, a intelectuales como Donoso Cortés, Bretón de los Herreros o Martínez de la Rosas, de lo más granado del momento, junto a numerosos liberales que buscaron refugio en su casa debido a los vaivenes políticos de la época; fue notoria su amistad con D. Emilio Castelar, el que más tarde llegaría a ser presidente de la I República.

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EN LISBOA

En 1852 se casó con el diplomático norteamericano Horacio Perry, al que conoció en una recepción, con el que tuvo tres hijos, Carlos, Carolina y Matilde, y acompañó en sus viajes por Europa.

A partir de la revolución de 1868 que provocó la huida de la Reina, el matrimonio trasladó su residencia al Palacio de Mitra, Lisboa, en 1873. Muy afectada por sus experiencias catalépticas y agravada su crisis nerviosa, adoptó una rara actitud ante la muerte, que la llevó, primero a negarse a enterrar a su hijo Carlos y a su hija Carolina, muertos prematuramente, a los que embalsamó, lo mismo que haría más tarde con el cadáver de su marido, Horacio Perry, que murió en 1891, y al que mantuvo durante 19 años en la capilla de su residencia sin exhumarlo hasta la muerte de nuestra poetisa, el 15 de enero de 1911. Las exequias del matrimonio se desarrollaron conjuntamente en Badajoz donde descansan en el cementerio de S. Juan.

Se cuenta que fue despedida por numeroso público de diversa procedencia, por su fama como literata y por su probidad.

Allí, durante la ceremonia se recordó que 1890, D. Nicolás Díaz Pérez, natural de Badajoz, pero periodista renombrado y escritor, propuso que se reconociera su genio distinguiéndola con la corona laureada. La propuesta fue recogida por la Diputación Provincial, a la que se unió el Liceo y la Sociedad Económica y otras entidades locales pacenses; en España sólo tres autores la lucían: Quintana, Lista y Zorrilla. Ella, desde su retiro lisboeta agradeció amablemente la propuesta en una sentida misiva a la que acompañó un soneto que, con motivo de su adiós, alguien leyó antes de cerrar su sepultura.

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«Una corona, no, dadme una rama/ del adelfa del Gévora querido

y mi genio, si hay genio, habrá obtenido/un galardón mas grato que la fama.

No importa al porvenir como se llama/ la que el mundo decís que dio al olvido

De mi patria en el alma está escondido/ ese nombre, que aún vive, sufre y ama

Os oigo desde aquí, desde aquí os veo/ y de vosotros hablo con las olas,

Que me dicen con lenguas españolas/ vuestro afán, vuestra fe, vuestro deseo

Y siento que mi espíritu es más fuerte/ en esta vida que os parece muerte.»

VISITAR: abarrantes01.wordpress.com

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